A "La Lina" llegó un ingeniero agrónomo ruso, cargando una tablilla atestada de diagramas y notas, el bolsillo de la camisa lleno de lapiceros y lápices de colores, y acompañado de chofer, traductor y un dirigente provincial.
La comitiva fue recibida con un generoso almuerzo que incluía plátanos maduros fritos; el ruso apenas probó el arroz y la carne, comió algo de ensalada, pero devoró sus plátanos maduros y pidió más, preguntando el nombre del manjar; le respondieron: Plátano.
Luego del hartazgo, el bolo exigió que lo llevaran de inmediato a los campos, y adelantó que según los estudios de los suelos y el clima local, esas tierras eran adecuadas para sembrar la yerba "Pangola".
Parece que algo se perdió en la traducción, porque al llegar al área donde ya los guajiros habían sembrado Pangola; el ruso dijo que la arrancaran, y sembraran... ¡Pangola!
Tras varias horas recorriendo los campos e instruyendo a los guajiros de cómo, cuándo, dónde y qué sembrar, el ingenierazo soviético y su comitiva regresaron a la cooperativa, donde ya les esperaba una cena en la que -por deferencia al bolo sabelotodo- el plato fuerte era fufú [plátano verde] y aporreado de carne.
El bolo probó el plátano verde, hizo una mueca, escupió sobre la mesa el bocado y preguntó irritado qué era aquello; los guájaros le dijeron: Plátano.
La cara del ruso se congeló en una inescrutable máscara eslava, estuvo pensativo e inmóvil por unos segundos interminables -manteniendo en vilo a los comensales; y luego deshaciéndose en sonrisas sacó su tablilla y uno de sus lapiceros, garabateó una nota; y les dió a conocer su genial solución: "No problema, pueden sembrar plátanos, pero de la variedad amarilla y dulce; la que me sirvieron en el almuerzo."
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