viernes, 25 de noviembre de 2011

Lomos de Perro-Puerco, física, ubres y poliéster

La guagüita Girón 5 tomaba las innumerables y peligrosas curvas de la carretera de Gibara con la delicadeza de un elefante en estampida; mientras, el chofer seducía a una guajirita sata , flacucha y culi-planchada, de piernas peludas y unas tetas enormes que desbordaban su blusa de poliéster estampada con flores de un rojo chillón.

La guagua, hecha en Cuba sobre el chasis de un camión ruso, saltaba como un chivo, y los asientos de plástico duro machacaban las nalgas y las vértebras a los infortunados pasajeros, ya agobiados por el calor, el polvo que se metía por las ventanas traqueteantes y el amontonamiento de gente  carente de jabón y desodorante.

Pero aquellas tetas imponentes brincando con cada bache y timonazo, prometiendo salirse de su blusa-prisión, hacían olvidar los sinsabores del viaje y nos mantenía enfocados -diría mesmerizados- esperando que la ley de la inercia, más el peso de las monumentales mamas multiplicado por la velocidad de las sacudidas, produjera la masa resultante en el milagro de liberar aquellos tremendos pezones asfixiados bajo las sudadas  y semitransparentes flores de poliéster.

Salivando como perro pavloviano, llegué al valle de Cantimplora; con un par de botas cañeras y un radio ruso para cambiarlos por comida.

Era el verano de 1992, y el segundo año de miseria total, el llamado Período Especial en Tiempos de Paz, un eufemismo oficial para cubrir con palabras-harapos al horror cotidiano.
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El Período Especial es la crisis de la crisis, de no poder comer lo que queríamos a no comer y punto.

Desde el primer día en que los Castro tomaron el poder, en la isla comenzaron las carencias, se agudizaron en 1961 cuando declararon ser comunistas, en 1968 barrieron hasta con los carritos de fritas, la zafra de 1970 arruinó al país y nos sovietizaron, las guerras africanas de la década de los 80's consumieron recursos que no pudieron ser reemplazados porque a mediados del decenio "nuestra hermana mayor y eterna Unión Soviética" empezó a desmoronarse ("desmerengarse" decía el guajiro de Birán).

En agosto de 1990 la crisis y la incompetencia crónica del Líder Supremo paralizaron al país: No había electricidad, ni agua corriente, combustibles, ni ropa, zapatos, o comida... la nada total.
Ni siquiera -en tal Estado-Policía- tenían diesel para las lanchas guardafronteras con que persiguen a los desesperados balseros o gasolina para los carros-patrulla.

Comenzó una enfermedad extraña que pronto se hizo epidemia; la gente perdía peso, las articulaciones se hinchaban y el enfermo se encorvaba y no podía caminar, luego las encías se ennegrecían y se les caían los dientes; a otros les comenzaba por los ojos, dejándolos semi-ciegos.

Eran tantos y en todas partes los enfermos, que el gobierno tuvo que reconocer el problema, no sin antes bautizarlo como "polineuritis"; cuando sobraban viejas palabras para definirlo: hambre, famina, escorbuto, beri-beri... y el coño del diablo colora'o.

No era un hambre de proporciones bíblicas, era peor, porque si hubiese aparecido el jinete apocalíptico Famina; la gente le hubiera comido el caballo. 
H-a-m-b-r-e; al más puro estilo norcoreano, comiendo frazadas de piso, cortezas y cáscaras molidas, gatos, perros y hasta auras tiñosas.
Niños que no crecían, las multitudes famélicas reducidas a una lucha constante y diaria buscando cualquier cosa degutible. 

La gente se lanzó de las ciudades a los campos en una carrera desesperada buscando comida.
La "solución" del gobierno fue vigilar las salidas de las ciudades con guardias y policías que decomisaban la comida, e interrogaban para hallar cuál guajiro te vendió las viandas. Luego a ti te multaban y al guacho le "intervenían" sus tierras. El objetivo era enviar a La Habana (para tranquilizarla), al ejército y los órganos represivos la poca comida que producía el país.

Buscar comida en Oriente no solo era difícil, era un delito. 
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Gibara es un pueblo rebelde; sus hijos lucharon contra España, Machado, Batista y los Castro. En sus más de 3000 cuevas y casimbas, la Sierra de Gibara albergó cientos de gibareños luchando contra la tiranía de turno. También Gibara es conocida como la Villa Blanca, su línea de fortificaciones centenarias, su espíritu liberal, la sensibilidad artística de sus habitantes, sus eventos culturales... y por tener más maricones, putas y tortilleras por kilómetro cuadrado, que el malecón de La Habana. Gibara, definitivamente, no encaja en el molde mojigato comuñángara.

Muchos de los guajiros de la región tienen familiares fusilados o apresados por el castrismo; en La Sierra y sus valles están obligados a masticar el comunismo, pero no se lo tragan. La mayoría son buenas personas, y los delatores escacean. En Gibara y sus alrededores no se sentía la asfixia usual.

Cantimplora es un valle de la sierra; mi primer amigo allí lo hice al oírme cagarme en la puta madre de Fidel; por la frustración de esperar varias horas por la guagua, mientras veía los Lada de los comunistas pasar. El señor me llevó a su bohío y me llenó un saco de viandas, al despedirme me dijo que los comuñángaras le fusilaron a su padre.
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De la Girón 5 nos bajamos unos pocos, jabuco en mano y cargados de tarecos para cambiarlos por alimentos.
Ya el dinero cubano había perdido su valor, y el dólar aún estaba prohibido, así surgió una economía de trueque; los guajiros necesitaban herramientas, televisores, ropas, zapatos, pilas, oro... cosas, no billetes inservibles.

La parada del ómnibus estaba en una encrucijada, sobre la carretera Holguín-Gibara y a un lado cruzaba un terraplén de caliche rojizo que comunica las mitades del valle; en medio de la nada polvorienta, interrumpida aquí y allá por matorrales raquíticos.

Los 4 ó 5 que bajamos, empezamos a caminar los kilómetros que nos separaban de las fincas, ocasionalmente un bohío a la orilla del camino real atrapaba a uno, y los restantes seguíamos esperanzados en que mientras más lejos de la carretera más probabilidades de encontrar jama.

Al final quedé solo, caminando bajo "un sol que rajaba piedras", buscando algo que entretuviera mi mente para soportar la caminata.
Padezco la compulsión de hacer cálculos absurdos, así volví a las tetas saltarinas, calculando -en caso de que se liberasen de su prisión de poliéster y cayeran al suelo, cuál sería la masa de impacto.
La guajirita medía alrededor de 1.5M, sus ubres estarían unos 25 a 30 centímetros más abajo, o sea que si pesaran unas 5 libras cada una, acelerándose a 10 metros por segundo en cada segundo, impactarían el suelo con una masa de 80 libras... plafff. 

Caminar los terraplenes del Período Especial, amén de imaginación y sentido del humor,  requería de cierta previsión, pues de ida ibas cargado y -si tenías suerte- aún más cargado en el regreso.

Te arriesgabas además a encontrar una patrulla -"el punto" o "guarapito", o que bajo el peso del saco y el hambre te diera una sirimba, o peor: la noche.
Las noches de los campos eran patrulladas por guajiros con machetes y chivatientes con carabina, te mataban sin problemas porque el robo de ganado era desenfrenado y terminabas muerto y con el cartelito de come-vaca; aunque solo fueses un infelíz con un saco de boniato al hombro.
Pero lo peor, horroroso, eran los "verdugos", unos perros bestiales de pelaje verduzco y atigrados con rayas negras, esos animales pueden despedazar a un hombre en segundos... así era mejor concentrarse en un buen par de ubres newtonianas para calmar el nerviosismo: Quizás una teta absorbida por un agujero negro pudiese romper el postulado einsteniano de que nada puede moverse más veloz que la luz; y ni mencionar los wormholes en donde una ubre puede trasladarse al otro extremo de la galaxia plegando el espacio-tiempo, la fantasía final de un mamífero: Mamas ubícuas, divinas habitantes en 11 dimensiones simultáneas, penetradas por un fálico wormhole... Ya aclaré que el sol rajaba piedras (a cualquiera se le quema el coco con ese calor).
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Luego de un par de horas terraplén adentro ví una casa que me interesó porque no era el típico bohío de palma y yarey; la casa estaba en la cima de una loma, era de bloques y placa de cemento, con una nave grande a un lado. Decidí subir, porque ví prosperidad y mis ampollas no daban para más.

El dueño me vió acercarme y me esperaba en la talanquera; era un pichón de gallego sonrosado, regordete, calvo, de cadena y medallón con un pellejo demasiado blanco y unas uñas imposiblemente limpias para un guajiro. Era un "maceta ajero", un campesino enriquecido en el negocio de los ajos.

El tipo se hechó a reír con mis boticas y el radio ruso; me dijo que él tenía de todo, menos petróleo (diesel) y gasolina.

Sin tener idea cómo, le dije que le podía coseguir todo el combustible que quisiera (promesa que cumplí luego, gracias a un amigo -"El Ojú"- que trabajaba en xxxxx y sacaba canillas de 20 litros al mejor postor).

Pasamos a la nave, donde estaban parqueados un Lada, un Willy y un tractor desarmado; al fondo habían cajas llenas de viandas y miles de ristras de ajo colgadas en cordeles. Me llenó el jabuco con viandas, mazorcas de maíz, botellas de manteca, ajo y no recuerdo que más.

Luego me caminó hasta la cochiquera para mostrarme los puercos y sus precios en litros de combustible; de regreso en la nave fue que lo ví: Un animal que de lejos creí puerco, y de cerca ví era un perro jadeante y obeso con un lomo tan ancho que pudiera jugarse dominó sobre el.
No recuerdo el nombre, pero le puse Capicúa, estaba gracioso el gordito.

En serio le dije al guacho que ese perro en Holguín se lo comían; el tipo me contó que el bicho estaba loco, porque le asqueaba la carne y solo comía harina de maíz; le acepté que su perro era extraordinario, pero que ese mismo día ví dos cosas aún más extraordinarias... e interesantes, envueltas en poliéster.
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Ya se hacía tarde y bajé la loma, cargando mi jabuco con un par de semanas de comida, el radio amarrado con los cordones de las botas colgados del cuello; y un trato con un guajiro maceta y noble al que doy gracias de haberme permitido alimentarme, sobrevivir sin quedarme ciego o paralítico por el hambre atroz del Oriente cubano en tiempos del Período Especial.

Horas más tarde llegué a la parada, con los hombros desollados, rumiando las singularidades que rompieron la normalidad del día: Capicúa, un perro con comida suficiente como para salvar a varias personas, y los  exagerados atributos pectorales adheridos a una flaca desguabiná.
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Aunque me quedaron las dudas -nunca más la ví- de si la guajirita de las tetas exuberantes (ex-UBRE-rantes?) necesitaría algún que otro litro de mi combustible... y de si calculé adecuadamente la masa de impacto, porque es sabido que un experimento requiere de cuidadosas mediciones y examinaciones del objeto o fenómeno a prueba.











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