El Papa no concedió a las Damas de Blanco el minuto implorado; tampoco cualquier otro disidente u opositor obtuvo la gracia de su atención.
La desvergonzada excusa fue que eran demasiados los grupos disidentes; muy parecida al congestionamiento de los cielos por cubanos voladores del señor Alarcón.
Sin embargo, y a pesar de su "apretada agenda", Benedicto XVI le regaló a Fidel Castro la bendición de su presencia.
Imaginen a Cristo, ante la multitud hambrienta decir: Estos panes y peces no puedo dárselos porque ustedes son demasiados, prefiero compartirlos con mis apóstoles y el cónsul romano.
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