Resulta que Alan Gross se ha convertido en un boomerang para La Habana.
Botarle un número y la llave: ¡quince años de sentencia! les pareció a los sádicos y arrogantes hermanitos Pinzón una jugadita genial de su "Batalla de Ideas".
Eran tiempos de un Chávez que parecía iba a durar una eternidad, aferrado a la llave abierta de la transfusión petrolera Venezuela-Cuba.
Hoy Chávez, chavismo, ALBA y el inventico horroroso del "Socialismo del Siglo XXI" están colgados de las muelas de un cangrejo: Chávez tiene cáncer terminal, y al castrismo le viene encima una anemia petrolera que hará retroceder la ya ruinosa economía cubana 20 años.
El escenario internacional tampoco es placentero, con una España sin la complicidad del zapaterismo, un Obama halconizado, y esqueletos disidentes saliendo del closet castrista a la vista del mundo.
Tan desesperados están los gorilas verdeolivo, que usan los desprestigiados obispos católicos norteamericanos (Papa mediante) para escribir una patética cartica pidiendo al gobierno norteamericano el levantamiento del "bloqueo".
Para ponerle la tapa al pomo, se acercan las elecciones presidenciales de EE.UU. en un clima favorable para los republicanos, donde Obama tiene que mostrarse como un duro, para emparejar la cuenta.
Gorilandia está en candela.
Alan Gross es hoy para La Habana un boomerang, una papa caliente, una -en cubañol- bolsa de mierda que nadie quiere tocar ni saben cómo tirarla.
El lío es que para salvar la cara, para no chotearse, los Castro no pueden liberarlo sin obtener algo a cambio, no importa cuán pequeña sea la concesión, pero que sea pública; y esto trae un problema menor, es que un gestico diplomático norteamericano es difícil de vender como algo equiparable al canje de Mr. Gross por los 5 "héroes" cubiches.
Donde la cosa se pone pelúa es en la negativa terminante de la administración Obama de negociar la libertad de Gross; los Yumas exigen su liberación inmediata y sin condiciones.
¿Cómo terminará este rollo? Ni idea -habría que preguntarle a Carlos Alberto Montaner o a Walter Mercado, pero me atrevo a especular que La Habana se irá con la de trapo y excarcelará muy pronto al señor Gross por <<razones humanitarias>>; porque si Alan Gross, un inocente ciudadano norteamericano, anciano y enfermo muere en una prisión cubana, los Estados Unidos tendrían que responder, quizás parando la vital -para los Castro- transfusión de millardos de dólares anuales en remesas y el turisteo cubanoamericano, el saladrigueo (por Carlitos) mendicante, los "intercambios" culturales, y otros jugosos descaritos de estos tiempos decepcionantes.
Es hora de que La Habana, por su propia conveniencia, libere a Alan Gross, pues el único capital que tiene para comprar la indiferencia de Washington es su capacidad de mantener la estabilidad [pasividad] social en una isla a solo 90 millas de las costas estadounidenses.
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