En la Base habían miles de refugiados haitianos y cubanos, y unos pocos cientos de decenas de otras nacionalidades, amén de otros tantos miles de marines, army soldiers y tropas de la Navy.
Con tanta gente, era inevitable que algunos muriesen por accidentes, actos de violencia y causas naturales.
En el primer mes de mi estancia en Gtmo. Bay, un ciclón en el mar Caribe, desde Jamaica; golpeó mi campamento. Fue un golpe directo a una "ciudad" de casas de campaña, tiendas de lona que fueron arrastradas y tomaron vuelo cual papalotes bajo la fuerza de los vientos del huracán. Dicen a que 4 balseros, enredados en las lonas, se los llevó el viento, bahía adentro, pero a esos no los ví.
Esto sucedió en los primeros días; todavía ni siquiera nos habían remachado a la muñeca el micro-chip de identidad; ni los guardias sabían cuántos éramos.
La evacuación fue un desastre; movieron la gente a unos almacenes, que pronto se llenaron; aparte de que ahí empezó el relajo: los balseros entraban por una puerta, y salían por otra, cargados de televisores, radio-caseteras y de cuanto tareco electrónico encontraban en los anaqueles del edificio; regresando al campamento y trabajando como ardillas para ocultar el botín. No teníamos electricidad para usar esos aparatos, pero eso era un detalle menor que no preocupaba a los gatos: el asunto era robar a manos llenas... y luego veremos.
Y el hormiguero de bibijaguas estaba tan ocupado, que cuando el ciclón golpeó; muchos fueron sorprendidos a medio camino entre el almacén y el campamento... y los desparramó en el fanguero, y unos pocos terminaron sus días barridos a la bahía con botín incluído, güira, calabaza y miel.
Unos pocos nos quedamos atrincherados en el campo, detrás de unos árboles arrancados por las primeras ráfagas; donde con una lona hicimos un shelter primitivo, pero que resultó efectivo.
Los extremos de la lona los dejamos abiertos, para poder respirar; y por una de esas aberturas vimos que en una de las torres de vigilancia, un soldado americano, estoico, cumplía con su deber de no abandonar su puesto.
Contra el cielo gris, el viento y las olas enormes; la silueta del militar parecía atornillada a su garita.
Luego se desató el pandemonium, el viento ululaba como en una b movie, el aire se llenó de cosas que volaban y te podían matar; y las olas inundaron la costa, arrasando con la garita y su soldadito de plomo.
Fue como un truco de magia, ni vimos cuando se lo llevó el agua: Una pared líquida que cubrió la costa, y luego se desplomó dejando un vacío fangoso, y un par de mochos de postes, roñosos y astillados.
Fue el primer muerto, ya en Gtmo... o al menos al primero que ví morir, o desaparecer.
Gritó uno de nosotros: "¡El mar se tragó al guardia, y aquí no hay ni una singá soga!"
Y otro, desde un rincón, le respondió filosóficamente: "No cojas lucha, que ya el verraco debe de estar llegando a Jamaica".
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