Llegamos a Caimanera de noche; y tuvimos que esperar la mañana para desembarcar, porque los espigones estaban llenos de barcos descargando balseros.
El South Carolina, un buque madre, traía cerca de 2000 cubanos sobre el puente y abajo en cubierta.
A eso de las 9 de la mañana, entramos a la Bahía de Guantánamo, y amarramos cerca de una hora después.
Estábamos ansiosos por desembarcar, cansados de remar y sin dormir en las balsas; y luego de una semana extra, peloteados de barco en barco.
Y allí, finalmente, estaba Gtmo. con sus edificios flotantes, porta-aviones gigantescos... parecía una película de ciencia-ficción.
En la explanada de la base del espigón, ya estaban un par de cientos de soldados formados y listos para "recibirnos", a un lado, los carros-jaula definían la naturaleza de la "bienvenida" que nos esperaba.
Los comentarios de asombro por este mundo nuevo, se fueron apagando, convirtiéndose en un murmullo molesto; que fue interrumpido por el audio del buque, ordenando silencio.
En la base del espigón, una soldado portorriqueña nos gritó por un megáfono:
"¡Bienvenidos a Gtmo. Bay; desde este momento Uds. estarán bajo la protección del gobierno norteamericano ... !"
La gritería cubiche creo que se oyó en Pinar del Río; la gente se olvidó del cansancio y de las carazas malhumoradas de los marines, y gritaban y saltaban de alegría. Desde abajo, los de cubierta preguntaban: "¿Qué dice, qué dice?"
"¡Que estamos bajo la protección de los yumas!" respondían emocionados los aseres y nagües desde el puente.
"¡Silencio, por favor!" Demandó la portorra, y dejó caer el hachazo: "¡Uds. permanecerán en Gtmo. Bay por el resto de sus vidas o hasta que decidan regresar a Cuba... porque NUNCA viajarán a los Estados Unidos!"
Nos quedamos paralizados, creo que quienes saltaban segundos antes se congelaron en el aire, a mitad de salto... era una escena mágica, de una magia mala que petrificó a un par de miles de infelices, al ver las puertas del paraíso cerrarse de golpe en sus narices.
Los de cubierta, incrédulos preguntaron: "¿Qué dice, qué dice?"
La pregunta rompió el silencio y el hechizo, y la situación parió el héroe necesario: Un negrón trepó a lo más alto de una torre de comunicación del buque, y le gritó a la portorra: ¡Cáaallateee Puuutaaa!
Y 2000 balseros, a coro repetimos el mantra oportuno: ¡Cállate puta, cállate puta, cállate!
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Meses después, en ocación de la visita de Arturo Sandoval a Gtmo.; estábamos compartiendo anécdotas, y una curvilínea muchacha, enfundada en un pitusa imposible nos contó que por primera vez en su vida, un par de miles de hombres coincidieron en que ella era tremenda.
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