El prestigio de su profesión, y el símbolo-uniforme de sus batas blancas le abrían muchas puertas a los médicos; entraban y salían de los camps con total libertad, aún en los días donde al resto de los balseros nos mantenían 24/7 tras cercas, erizadas de cuchillas, de alambre cyclone.
El médico de esta historia, un holguinero, una noche pasó el cepillo con el pretexto de ofrecerse a hacernos el favor de comprarnos cigarrillos; y hasta tuvo el descaro de proponerle a un gordo maceta (adinerado), también de Holguín, Velasco; que le diera sus joyas y dinero para "guardárselos" en la clínica, porque en el campamento, supuestamente, corría el riesgo de que las robaran. El gordo no mordió la carnada del oro, pero sí le dió, al médico, dinero para que le comprase un par de cartones de Marlboro's.
Pues apenas el médico salió del camp, ya los guardias entraban corriendo, a montones, parecían hormigas bravas buscando al doctor, y revolvieron y llevaron todas sus pertenencias en bolsas plásticas.
Es que el matasanos, resultó ser también un espía cubiche que se les escapó por minutos.
Lo inusual de esta historia no es que un médico fuese también un espía, o que pudo escapar de Gitmo.
Es natural que La Habana aprovechase la ocasión para inyectar cientos de chivatientes; y por otro lado, entrar y salir de La Base no es tan difícil como los americanos y los cubanos nos lo quieren hacer creer.
Lo extraño es de cómo este espía se arriesgó a ser atrapado, por tal de estafar unos pocos dólares para llevárselos de regreso. Así de desmoralizados están.
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Lo último que supe del muchachón, es que trabaja en el Hospital Provincial Vladimir Ilich Lenin, en la ciudad de Holguín.
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